En Jóvenes y Brujas, la bruja mala es la bruja buena

The Craft (Andrew Fleming, 1996), que en España decidimos llamar Jóvenes y Brujas para dejar bien claro el concepto (a ver si te ibas a creer que era una peli de alfarería o manualidades), enfrenta a dos brujas teenagers con la intención de que nos pongamos del lado de la “buena” y sintamos profundo repelús (tras cierta atracción inicial) por la “mala”. El problema es que la Bruja Mala (Fairuza Balk, en el mejor papel de la historia del cine) usa la brujería para tomar el control de su vida y enfrentarse a sus demonios, mientras que la Bruja Buena (Robin Tunney, buena actriz, mala peluca) la usa para… molarle a un tío. ¿En serio, Bruja Buena? ¿En serio?

A ver, respetos al máximo por el hechizo-más-viejo-del-mundo, pero forzar a alguien a enamorarse de ti quizá no debería ser tu prioridad cuando tu vida tiene asuntos más urgentes que atender. Veamos: Sarah, que así se llama La Bruja Buena, se muda a Los Ángeles para estudiar en el colegio católico de St. Benedict ya que su padre está intentando eso que tanto hacen los norteamericanos en el cine: un FRESH START. A Sarah este cambio de colegio no le aleja el nubarrón de la cabeza (la chica intentó suicidarse tras la muerte de su madre) pero acaba juntándose con las raras del insti (“WE are the weirdos”) para distraerse robando en centros comerciales (enseñanza #57 del cine adolescente: los estudiantes de Beverly Hills nunca pagan en las tiendas de ropa) e integrándose en su particular aquelarre.

Y es que las raras son aprendices de brujas y necesitan ese empujoncito final de una Bruja de verdad (el don de Sarah es “natural”, como le dice nuestra Assumpta Serna) para desbloquear un maravilloso mundo de encantamientos, invocaciones y maleficios. Vale que las dos brujas sidekicks se vuelquen en sus cuitas personales (Neve Campbell pre-Sidney Prescott quiere quitarse sus cicatrices y ser guapa, Rachelle True quiere humillar a una compañera racista y la deja calva), pero ¿también la Bruja Buena? Porque lo primero que hace Sarah con este upgrade brujil proporcionado por “el poder de cuatro” (ejem) es vengarse del chico que alardea de haberse acostado con ella… ¡hechizándole para que se enamorarse de ella! Vale que Skeet Ulrich pre-Billy Loomis merece un castigo ejemplar, pero ¿habíamos venido a St. Benedict a superar el dramón de la madre o a jugar al teen romance?

Porque a Nancy, que así se llama la Bruja Mala, la visten de negro, la ponen de líder de las raras, la gótica, la malota, la borderline… pero cuando consigue sus poderes no se dedica a enamorar a compañeros de clase sino a cambiar su vida para mejor. Puede que sus decisiones sean un poquito extremas pero a grandes males, grandes remedios, ¿no? La chica, que pasa sus días en una caravana con su madre y un padrastro que es más white trash que una peli de Rob Zombie, hace que al señor le dé un jamacuco para que deje de pegar a su madre (y de acosarla sexualmente, de paso). Resultado, el señor palma, ellas heredan una fortuna, y se mudan a un pisazo guapo con calefacción, vistas y hasta una jukebox. ¡Minipunto para la Bruja Mala! Vale que a Fairuza el brujerío se le sube un poco a la cabeza pero… ¿quién ha usado mejor sus poderes? ¿La que obliga al tío que la ha difamado a ser su perrito faldero (le lleva hasta los libros y el bolso) o la que resuelve su futuro y el de su madre?

Más tarde, Sarah Robin Tunney se dedica todo el rato a advertir a las chicas de que no deberían usar sus poderes para el beneficio particular o no sé qué vaina de las responsabilidades, como si fueran Spider-Man o algo. ¡Oiga, no nos de la murga! ¡Que usted se ha marcado un hechizo de amor, el hechizo más egoísta y menos original de la historia de la Brujería! Y es que luego, para más inri, Fairuza decide vengarse de Billy Loomis al descubrir que el chico casi viola a Robin Tunney. ¡Y Robin Tunney se lo echa en cara, en plan “hala, te has pasado, te estás embebiendo de poder”! Sí, es verdad que Fairuza ha arrojado a Billy Loomis por una ventana y el chico se ha partido el espinazo en mítico catacroker, pero ¿realmente quería matarlo o es solo que no ha calculado bien? Ser la depositoria de los poderes de Manon (“el estadio en el que Dios y el Diablo jugarían un partido de fútbol”) no es nada fácil.  Lo siento pero en el combate final voy con la “Bruja Mala”, ha defendido a su amiga de un violador y a su madre de un maltratador. Además, levita. La “Bruja Buena” todo lo que tiene es un peinado cuestionable (y no me hagáis hablar del color que elige cuando farda de sus poderes de teñido automático de pelo…).

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