… A ver, estar de estar no; que la viví, vamos, que la recuerdo. Mirad, yo estoy muy a tope con la nueva Sensa pero cuando Tori Spelling le dice a Jennie Garth que hay que rehacer Beverly Hills 90210 para volver a estar en la pomada parece que a la Garth le hayan borrado los recuerdos con el cacharro ese de los Men In Black. ¡Oiga, señora, que usted ya estuvo en ese negocio! Han sido días agitados en Beverly Hills. El regreso de Sensación de Vivir (en forma de ficción que se reconoce a sí misma como tal, no demasiado lejos de la última temporada de Twin Peaks, y esto lo digo totalmente en serio, not really, pero un poco sí) ha sacado a relucir no solo lo bien que lo pasamos con los años teen de Brandon, Brenda, Steve y toda la peñita (¿nos contarán aunque sea de canto que fue de Jim y Cindy Walsh?) sino aquella otra serie con la que no lo pasamos tan bien y que estaba protagonizada por nuevos adolescentes… cómo se llamaba… ah, sí, 9O21O.
Hace poco Ian Ziering le daba un palo gratuito a aquella secuela-remake diciendo que nadie iba a hacer nunca un reboot de aquella serie porque pa’qué, con lo mala que era. No fueron estas sus palabras exactas pero es lo que vino a decir. A ver, Steve, ¿qué culpa tienen aquellos muchachos de nada? Y es que, por mucho empeño que le pusieran Annie, Dixon, Silver, Navid… lo cierto es que aquello nació torcido. Para empezar, ponían en los créditos que Rob Thomas (Veronica Mars) estaba involucrado de algún modo en el relanzamiento del show cuando recuerdo leer artículos por la época en la que el señor se desvinculaba a tope del proyecto, que poco menos que le pidieron su opinión o una pasadita al guión del piloto o la biblia inicial pero que quitando eso poco o nada tuvo que ver en la serie en sí. Algún día lo investigaré, lo que sí os puedo decir es esto: más allá de traer la marca Sensación de Vivir de nuevo a nuestras vidas, no había mucho más en la serie en lo que a ideas se refiere, personajes que seguir o historias que contar. Al contrario que The OC o Gossip Girl, esta secuela extraña de Sensa no pretendía contar nada sobre la nueva generación de jóvenes de nuestros días, lo único que quería la CW era tener una brand potente e inmediatamente reconocible; que es lo mismo que pasó con el remake-reboot de Melrose Place o, más recientemente, la serie de Scream: vamos a comprar el nombre de la cosa famosa y luego ya veremos, sobre la marcha, si se nos ocurren historias para llenar los minutos de la cosa famosa. No, no se les ocurrieron.

Quitando aquella etapa chunga de Annie, a la que nosotros llamábamos Chenae (se volvía “mala” tras un hit and run a finales de la primera temporada y atravesaba una etapa oscura en la mitad inicial de la segunda – Dark Chenae), no recuerdo ninguna otra trama de impacto. Bueno, quizá aquel triángulo amoroso entre Silver-Navid-Adrianna que, más que por la brillantez del desarrollo del mismo, lo sacaron adelante los actores con su buen hacer (Jessica Stroup, I will always love you). Pero todo lo demás era francamente pobre:

Trajeron a un “bad boy” a mitad de primera temporada para sustituir a aquel chico tan soso que empezó la serie (hola Liam, adiós Ethan o Pentapulto –al que me he encontrado en Schitt’s Creek, tan guapo y tan bland como siempre-); mandaron al garete al aburrido Profesor Sastre (al que intentaron liar con Kelly Taylor pero claro, cuando te ponías a pensar que los anteriores novios de esta chica fueron Dylan y Brandon pues te daba como un telele); nunca supieron que hacer con Nayomi, la bitch residente oficial de la serie (aparte de liarla con un freak and geek que hacía trucos de magia y que no respondía a la personalidad de ningún ser humano conocido); la familia Wilson, inicialmente los Mills, no le llegaba ni a la suela de los zapatos a los Walsh (pese a que inicialmente me hacía gracia la relación de Annie y su hermano adoptado Dixon); la presencia de Rob Estes y la de Padres Forzosos para ser los padres titulares del show carecía de sentido puesto que nunca tenían nada que aportar (había hasta una abuela en el mix que a saber qué fue de ella); luego introdujeron a un señor aún más viejo que Andrea Zuckerman y que se llamaba Teddy y que jugaba al tenis o qué sé yo… en fin, un desvarío absoluto de cosas que nunca funcionaban. Y así estuvimos cinco temporadas, ¿eh?

Para ver claramente lo de nalgas que nació la serie, ahí está el tema de los créditos: los de la primera temporada eran una actualización de los de la serie original, los de la segunda era un “que esto se parezca a los de la original cuanto menos mejor”… y este intento de “creemos nuestra propia identidad” trajo consigo la reducción de tramas para Kelly y Brenda (que estaban las dos, más perdidas que un pulpo en un garaje, en la primera temporada) y la práctica supresión a referencias a la serie original (aunque cuando vieron que aquello no funcionaba volvieron a tirar de actores y nostalgia noventera). Que oye, está muy bien lo de “seamos nosotros mismos” pero… ¿no hubiera estado bien hacer eso desde el principio?

En fin, que como veis le he dado más palos yo a la serie que el propio Ian Ziering, pero os prometo que el propósito de este post no era ese, más bien intentar defender a aquellos actores que, desgraciadamente para ellos, no tuvieron la suerte de caer en una serie de éxito, cosa que sí les pasó a Jason Priestley, Shannen Doherty, Luke Perry, Jennie Garth, etcétera. Creo que Shenae Grimes y AnnaLynne McCord y Jessica Stroup y hasta el chiquito que hacía de Navid podrían ganarse muy bien la vida en televisión, y es una pena que quedaran marcados como “los protagonistas de la Sensación de Vivir mala”, algo que se ha acentuado con el reboot de nuestra querida Sensa original, que la ha borrado de la existencia de un plumazo.

Hubiera estado bien un chiste, una nota a pie de página, despreciando a 9O21O pero integrándola en la mitología, reconociendo que forma parte de la historia, que está ahí aunque no lo queramos. Oye, que todavía quedan episodios de BH90210 para que Shenae Grimes se marque un cameíllo, ¿no sería absolutamente salvaje?
